En aquella barra donde llorábamos la penas, allí estábamos las tres, como decían todos; las Marías de fiestas. ¡Quien podría negarnos las noches locas! Esta era una de nuestras melancolías y ahí nos traía a la nariz ese olor del Atlántico, embrujándonos en los recuerdos, entre canciones que oímos de nuestros padres que tomamos como testigo de sus vidas. ¡Hay mamá! exclamábamos cuando alguna de nosotros echábamos de menos el mimo de la madre, el beso dulce en la frente, la nana que rompía en tus oídos viajando al recuerdo, y esos deseos inmenso de volver a correr por la casa como críos, como lo que éramos, nenas alegres; mientras escuchabas su voz tierna que te llamaba ¡hija no seas mala!; ¡cuidado con los muebles!; ¡mira que te caerás! ¡Cuanto daríamos todas por un momento de aquellos!, volver a ser las nenas arropadas en los brazos más tiernos, sentir aquellos besos sinceros. Pero nos tocaban las noches para cantar en la barra que escogimos desde que supimos que allí entre un buen ron o un par de cerveranos, cantaríamos las penas y alegrías al aire mismo las canciones que nos entregaron un día para no olvidar.
Aquí, en esta barra, tarareando “Lagrimas Negras”; mientras una de nosotras vive su mundo propio, ahogadas en los recuerdos, abriendo junto a la soledad el recuerdo, con esa la frase; ¿te acuerdas? ¡Como no acordarme del primer amor, de esas mariposas rompiendo el vientre!; no olvidas tampoco el dolor que causaste con tus decisiones, ni olvidas que ahora eres madre, que pronto te harán abuela, repitiéndose todo delante de tus ojos. Ya no haces faltas como antes y ahora tienes tanto tiempo que adoras la soledad de dos que te toca, las noches en la barra con tus amigas, Tienes tanto tiempo que la casa se te ha hecho grande. Ya has tenido tres gatos que han estado en tu vida y este que tienes te sobrevivirá, Marido uno, amante uno, 3 hijos, 35 años de matrimonio; ¡carajo! y eso que tu mama decía que no te casarías, decían todos. Al final te has quedado con las amigas de siempre, el cuchicheo de algunos curiosos que exclaman; ¡he, mira hay van las tres Marías de la alegría de la fiesta. La vida te da, te quita, decía un viejo amigo, toma tu también de ella. Decidimos hacer, -las tres casadas, los hijos fuera de la casa-, de vez en cuando la apuesta quien será abuela; o ¿le toca boda? ¡Como somos! decíamos a veces; y si los maridos se iban de viajes, las tres de fiesta. ¡Como cambiamos!; nos dimos cuentas tarde que la vida no solo era hacer una tarta cada dos días, preparar comida para todos, lavar la ropa hasta de los amigos de los hijos. Lo mejor de todo es que nos dimos cuenta que aun estamos vivas, que queremos cantar un día a la semana en la barra del puerto, quitarnos la amargura , reír , cantar , llorar como nos antoje, y al final soltarnos la melena que tanto hemos cuidado, maquillarnos la cara para ocultar las viejas arrugas, sacar nuestras pelucas, una rubia, una roja y la negra azabache , disfrazándonos una noche a la semana , colgando nuestro presente, viviendo un futuro que no puede ser, -ni será-;, pero somos la alegría de un par de horas de muchos que tararean en esa noche loca, las canciones que oyeron a sus abuelas. Yo me despido, termino, cierro la noche con la canción que más me cantó mi madre: recuerdos de un amor que nunca me conto.
Tómate esta botella conmigo;
en el último trago nos vamos,
quiero ver a qué sabe tu olvido
sin poner en mis ojos tus manos.
en el último trago nos vamos,
quiero ver a qué sabe tu olvido
sin poner en mis ojos tus manos.
Esta noche no voy a rogarte;
esta noche te vas y me dejas,
¡que difícil tratar de olvidarte
y sentir que ya no me quieras.
esta noche te vas y me dejas,
¡que difícil tratar de olvidarte
y sentir que ya no me quieras.
Nada me han enseñado los años,
siempre caigo en los mismos errores,
otra vez a brindar con extraños
y a llorar por los mismos dolores.
siempre caigo en los mismos errores,
otra vez a brindar con extraños
y a llorar por los mismos dolores.
Tómate esta botella conmigo
y en el último trago me dejas,
esperamos que no haya testigos
por si acaso te diera vergüenza.
Si algún día sin querer tropezamos,
no te agaches ni me hables de frente,
simplemente la mano nos damos
y después…¡ que murmure la gente!
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